Espiral de Saraswati

lunes, 18 de agosto de 2014

GLORIA LENARDÓN: FRAGMENTO DE NOVELA



                                                   
          
                                                         
                                                 LUCES DEL ANONIMATO


            Probablemente este mundo de la novela “Shopping” de Gloria Lenardón, marcado por lo indiferenciado de un espacio estridente y  en continua aunque tramposa modificación, tenga su antecedente en la primera novela de la autora, que obtuvo el premio Emecé 1987: “La reina mora” que comienza con un entierro narrado por un yo plural y culmina en un club social, marcando  así una preferencia por ubicar los personajes en situaciones comunitarias. Por otra parte su segunda novela “A corta distancia” transcurre mayormente en un afuera, la calle, que también tiene el sello de lo común. “Shopping” es  ante todo mundo cerrado, móvil, inquietante por el que se desplaza la narradora, apenas perpleja algunas veces y casi siempre reconociendo sus leyes estables, inmodificables. Un mundo dentro del mundo, una voz que se deja cautivar por el espectáculo para formar parte de él. Aquí en el shopping los acontecimientos son presenciados por mucha gente y  lo que lo caracteriza es la fugacidad, en cierto sentido puede inscribirse en la serie de novelas de aeropuerto, espacio equivalente por ser un lugar de paso. Nada permanece, el transcurrir es la pauta determinante. La narradora, testigo y participante, combina este mundo con el de su oficina donde trabaja  y su departamento en el que  una gata, Lu, ocupa un sitio preferencial. La mirada tiene algo de la que se registra desde un panóptico, el gran ojo que mira, pero  aquí hay movimiento,  la voz  narradora se desplaza, es rozada por lo que ocurre aunque de un modo casi onírico podría decirse, como si este vivir se asimilara a un ver. Ver y vivir entonces se convierten en una tramposa equivalencia.
     Los personajes  carecen de nombre. Son identificados o señalados por algún elemento que los distingue: “la de las rastras” “el de los galones”, “el tallador”,  “los repositores” esto patentiza su anonimato en un mundo despersonalizado, pero a la vez su pertenencia a un tramo de ese pequeño mundo que es el shopping, un lugar abarrotado, repleto  de cosas y seres sin rostro en constante tránsito, donde nadie tiene nombre y apenas se diferencian unos de otros por alguna seña o un elemento de su vestimenta. Paráfrasis de la falta de identidad en un mundo globalizado, narrado con tono ligero ubica al texto en un lugar de modernidad.  Las características de este peculiar espacio se combinan con la agilidad en la manera de narrar, el repentismo, la frescura, discurso secuencial compuesto por segmentos relativamente breves que opera como un correlato del modo en que actualmente percibimos el mundo influidos   por la estética de los medios de comunicación de masas. Aunque en cierto momento el posicionamiento de un ángel decorativo y el nacimiento apresurado de un bebé en el ascensor van pulsando el ritmo del relato, la sucesión de hechos es desplegada deliberadamente en forma acumulativa, un rasgo más que hace espejo con el mundo actual. El texto pone en escena el movimiento, color y uniformidad encubierta detrás de ese juego de abalorios que oculta su aparente variabilidad. Lo difuso del mundo en el que hoy vivimos  encuentra su mejor simbolización en esta novela  en la que todo sucede sin solución de continuidad, con  mucha estridencia pero sin demasiado contraste y donde lo en apariencia diverso termina igualado por efecto de la estridencia. Beatriz Sarlo en un ensayo equiparó la arquitectura de los modernos shopping con la del laberinto. En cierto sentido, Lenardón nos introduce en una trama de la que no es fácil salir, laberíntica,  encandiladora,  y siempre un poco extraña.

    


   Pienso en el Renault 12 y en la puerta oxidada, más vale que le hace falta el taller, ya siento el olor a pintura fresca. A lo mejor con un par de horas sirviendo a los Estévez pero con la tarjeta de habilitación puedo acercarme a “chapa y pintura”.
   No recuerdo cuántas playas de estacionamiento necesito cruzar apara llegar hasta el 12, el color de los banderines va a ayudarme, doy gracias que están, pero para qué tantos. Tranquilidad.
   El Renault se pone melancólico, no sé cómo estará ahora tan lejos del estacionamiento vecino a mi casa, seguro que no acomodó la trompa como lo  hace en la cochera número veinte. Lejos se desinfla.
-¿Pero qué te pesa? – lo palmeo, en ocasiones lo palmeo.
No quiero que su esfuerzo por cumplir se vea mal coronado, que pierda materia, no está débil lo aliento,  cuando lo dejé aquí su aspecto de gato de la calle soportaba demasiados vecinos de raza muy diferente.
Cuando llegamos tosió, el motor tosió mientras avanzaba por entre las trompas lustradas, “me voy a estampar contra algo ¿a quién no ciegan semejantes luces?”, hice señas: luz baja, luz alta, “él es gaucho, minga con desmoronarse fácil”, por supuesto, enfiló derecho. Adelante, hay que largarse, si no nos encandilamos a lo mejor evitamos el ruido a chapa.
Hasta no hace tanto íbamos los tres, un veraneo era una buena ocasión para hacerlo marchar todo lo que aguantaba, con el 12 nuestras vacaciones adquirieron el gusto por la aventura, podíamos incluir la montaña, subir sobre nuestras propias ruedas.
Aquella vez partimos silbando la música del programa de radio, nos gustaba.
-No las desconoce, se porta- dije refiriéndome a su desenvoltura, a su solvencia en las curvas de esa ruta que subía, que se perdía entre los árboles en lucha con el viento, los caracoles no le daban vértigo, aunque se ahogara seguido.
Lo aplaudimos.
“No te ahogues”, Lu se ahogó recordando la última vez que lo palmeó. Anduvo, anduvo, de paso se lo dije, lo resalté. ¡Audaz 12!
El Renault me deposita en la oficina, por la mañana lo abro siempre con el mismo pensamiento: limpieza. ¿Dónde meto el plumero, el trapo? Así como si nada me espera, con su linda traza.
Por algo será lo que siento, reconozco ese calor de hogar, la mara que dejé en el tapizado, el olor familiar.
-Tratá de moverte sin él- bromean mis compañeros de oficina.
-¿A ver qué día vamos a tener hoy?, eso se lo pregunto, cuidado, me aclaro la voz, lo saco del garaje siempre con la misma pregunta, en realidad no puedo hacer otra cosa, abro el paraguas para que no me traiga sorpresas.
Pero el 12 arranca. Ojo que no le falta el reproche, va todavía más allá, hay ocasiones en que le aflora el rencor.
Esa tarde se acabó.
Volvíamos de la oficina en una tarde de calor, apareció aquel humito a un costado, en vez de alertarme me dormía, cuando se paró nos miramos los dos un rato sin saber qué hacer.
-¿Pero nadie? ¿A tu edad?
-A la oficina traigo buena cara. Sé para qué tengo cuerda.
En ese aspecto no me quedo con los brazos cruzados, tengo toda la intención, los domingos me intereso más, vamos con el 12 campaneando, hay que ver cómo, sin hacernos mala sangre arrastramos nuestro peso por la calle de la misma manera que Lola, gracias a ella vamos así, le copiamos punto por punto.
Conmigo no va a haber problemas, sobrellevo bien lo que me pasa, por supuesto Lola no evita mostrar las razones mezquinas, con qué derecho el entusiasmo la lleva a cortar el paso al que va tranquilamente  por su vida, pobre gato.
De todas maneras mi entusiasmo no selecciona bien, desde hace un tiempo está así, mientras le dura esa actitud va a tener de qué quejarse, para colmo insiste, no atina a mucho.
Empiezo con esa expresión que no me gusta, a veces soy como la heladera de mi casa, no tiro más que frío a la cara.
Paseo con el 12 los domingos, la gente pasea, en los parques hay olor a manzana con pororó, a azúcar que hierve. Al Shopping no me lo pierdo, en algún momento del día estaciono y me meto, y el baile empieza, por donde camino y en las pantallas de televisión el baile es el mismo, los domingos me muevo en el Shopping, eso ya lo sé.

Toqué todos los botones, levanté la tapa del motor, el calor salía en oleadas, entre ese calor y el del sol mi cabeza se aplastaba como una suela.
Bonito día, comenté. Él tuvo el buen gusto de no contestar. Después los dos entramos en un largo silencio.
El aceite no es eterno me dijo el de “urgencias mecánicas” cuando por fin llegó y metió manos a la obra. Hay que llevarlo. Me puse a gritar. Cuando me calmé vi el Renault alejarse a la rastra, vi el espectáculo que daba en la calle. Alguna vez vamos a tener que separarnos, me dije, ahora me acuerdo, pero no sé cuándo va a llegar ese momento.
                           Shopping” - Gloria Lenardón-  Editorial Ross -Rosario. Santa Fe. 2013 -Paginas 157-158-159-160


                                     

Gloria Lenardón es santafesina, vive en Rosario, edita narrativa y colabora en distintos medios. Novelas publicadas: “La reina mora” (premio Emecé 1987), “A corta distancia” (editorial Sudamericana 1994), “Eva maravillosa” (Editorial Alción 2006)

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